El sábado 19 de octubre del 2024 el Huracán Oscar llegaba a la provincia más oriental de Cuba, Guantánamo, dejando profundas afectaciones en varios de sus municipios y un triste saldo de ocho muertes. Días antes todo el país había quedado sin electricidad debido a la caída del Sistema Eléctrico Nacional.
El miércoles 6 de noviembre otro huracán azotaba la Isla, esta vez por el occidente. Artemisa, Mayabeque, La Habana y algunas zonas de Pinar del Río fueron las más dañadas en cuanto a infraestructura, dejando también una tensa situación en los sistemas eléctricos y de telecomunicaciones de todo el país.
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Cuatro días más tarde conocemos que un sismo de 6.8 grados en la Escala de Richter afectó varias zonas del Oriente, sobre todo en Granma y Santiago de Cuba, provocando también afectaciones en infraestructuras y caminos y varias personas lesionadas.
El pueblo cubano ha vivido duras jornadas que no dejan fuera otras complejidades cotidianas y que hemos tenido que sortear. Como diría mi vecina: ¡Qué rachita llevamos!
Ella misma, mi vecina, justo después del Huracán Rafael organizó a toda la cuadra para recoger los árboles que el viento había tirado, y ayudar a esa familia que perdió el techo de casa y con ese carácter intrépido, contagió a otros que se movilizaron para cargar agua o sacar escombros y le tocó la puerta al vecino que tiene el generador eléctrico y con mucho tacto le pidió ayudar a cargar los celulares o radios porque era imprescindible mantenerse informado.
Recuerdo que, ofreciéndome su hornilla de carbón para cocinar y entre sus dicharachos de cubana y guajira, me dijo: "Periodista, aquí hay que echar pa alante, que no se diga, mira que los cubanos no comemos miedo".
Y cierto es, sí. En menos de un mes este archipiélago del Caribe ha enfrentado momentos difíciles, extremos, incluso de esos que te forman el nudo en la garganta y, en algunos más que en otros, suscitan sentimientos de impotencia, temor o desesperanza.
Pero en estos días también se ha visto a gente como mi vecina que trabaja para arrancar el problema de raíz. Hemos visto al campesino que lleva parte de su cosecha para que el hogar de ancianos esté abastecido y al maestro que sin perder tiempo, prioriza su aula para que los niños puedan volver a clases, y al médico que no está ayudando a su familia porque está salvando la vida de ese niño que fue llevado por el caudal de la inundación, y a los linieros que no conocen el descanso porque de ellos depende que podamos tener luz eléctrica y otros servicios básicos, y a los periodistas que no han dejado ni un instante de informar, de escudriñar la verdad, incluso en condiciones muy complejas.
Hemos visto al presidente de la República, vestido de campaña, guardar el cansancio y las preocupaciones de tantos días para ir hasta los lugares más recónditos y dar un abrazo cálido a quien lo perdió todo. Toda Cuba ha visto y ha sentido el acompañamiento de cada dirigente, cumpliendo con su rol de servidor público, tanto en el espacio físico, como en el digital.
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Hemos sido parte de la vida de familias en nuestro barrio, o bien en el otro extremo del país. Los jóvenes han puesto rodilla en tierra en cada obra de reconstrucción, los niños han regalado sus juguetes para otros que ya no tienen.
Vivimos tiempos que dejan muchas enseñanzas y alertas: el trabajo en equipo, atinado y en función del pueblo de dirigentes desde el más alto nivel hasta las comunidades, lo imprescindible de una gestión adecuada de la comunicación para tiempos de crisis, de la información precisa y ágil por todas la vías posibles y la importante labor desde los barrios y las localidades, también en el ámbito comunicacional.
Estas jornadas situaron a las personas como centros de las prácticas y procesos comunicativos desde sus comunidades, en función de transformar y gestionar intereses comunes, y lejos de parecer triunfalista, porque problemas tenemos muchos y es una verdad como puño, hemos visto la fuerza, la entereza, la dignidad y la solidaridad que cada cubana y cubano lleva como bandera.
No hay días duros que puedan mancillar esos sentimientos. Justo en esa verdad está la esperanza y la certeza.